¡Sálvese el que pueda!
Ya no se puede pedir a la teoría política que diga lo que hay que hacer,
carece de tutoría y razón de ser.
Adolfo Olmedo Muñoz.
¿Dónde empezar una reflexión respecto de las condiciones en las que se arrastra la escoria de este país? Difícil saberlo. Al parecer ya no hay por qué, ni por quién luchar. La retórica intelectual, finalmente se ha reducido a la nada; al absurdo del absurdo. Ha desaparecido la dialéctica de ningún tipo de razón; lógica, política, social, y hemos caído al conducto excretor del capitalismo, llevados de la mano por la avaricia del puñado de siempre y la estupidez de un pueblo mayoritariamente ignorante, discapacitado de la tecnología, de la ciencia y de aquellas “habilidades” que se requieren para sobrevivir el salvaje mundo del capitalismo “moderno”. Todo viso de respeto a una sociedad humanitaria, está desapareciendo, desvaneciéndose como toda materia en el aire.
Max Weber, economista y sociólogo alemán señaló alguna vez en su libro “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” que se debe definir al espíritu del capitalismo, como “esa mentalidad que aspira, profesional y sistemáticamente al lucro por el lucro mismo”.
¿Por qué viene a colación lo anterior?, pues porque creo que por fin se está cumpliendo el sueño capitalista de aquel repugnante sujeto con el que se incubaron todos los males de nuestro país. Joel Roberts Poinsett, quien auspició, todo lo que fuera en contra de la integración de nuestro país como una nación.
No se trata de echarle a ese espécimen toda la culpa, pues siempre han habido y seguirán surgiendo engendros como Antonio López de Santana o Carlos Salinas de Gortari. Además, hay que reconocer que una muy buena parte de la culpa de la muy vergonzosa condición en la que nos hayamos, es precisamente la gran masa popular que por el miedo servil, el hambriento interés o la supina ignorancia, se ha convertido en aliada de la cobardía, de la ruindad, de la perfidia y el deshonor.
Condición agravada por la falta de verdadero liderazgo moral, de ninguna clase de autoridad. La anarquía que vive México es fatalmente evidente. Mientras se muestra un rostro maquillado de paz, orden jurídico, de progreso económico y de un desarrollo estabilizado que trata de mantener un tal “Peña Nieto” se levantan puñados de mendigos del sistema a las calles a incendiar vehículos oficiales y particulares, para defender a delincuentes, a esa escoria social con la que se identifican más que con cualquier remoto icono de nacionalismo.
En un país donde un pequeño grupo étnico, por respetable que sea, se adjudica la soberanía de la justicia en propias manos y paraliza la economía de una buena parte de la región norte del país, o donde se deja la administración de la más elemental justicia en manos de grupos de embozados y armados que se autonombras defensores de los pueblos, propinando una cínica bofetada a un sistema de derecho, incapaz de poner orden; en un país así, no se puede hablar de ningún tipo de autoridad moral.
¿Cuánto va a soportar la ciudadanía, los “levantotes”, las “desapariciones”, los secuestros, las extorsiones, la incapacidad judicial y la voracidad de los políticos? En verdad no lo sé, pero de lo que estoy cierto es de que no hay soluciones mágicas ni milagrería santurrona. Se requiere y se requerirá por un buen tiempo, de líderes con algo más que cascarón. Y en verdad no se mira ningún prospecto. Los hechos lo dicen: Peña Nieto, o es muy cobarde o es un cínico oportunista más.
Todo esto tampoco lo desconoce la clase política en ningún paraje del territorio nacional, aunque en cada aldea se dan condiciones “ad oc” a su particular idiosincrasia. Aunque, prietos, amarillos o de ojitos azules, son lo mismo en cuanto a virtudes (que brillan por su ausencia) y defectos.
El pasado domingo 7 de este mes de julio, se llevaron a cabo elecciones en todo el país, principalmente para elegir alcaldes, aunque en algunos lugares hubo votación de diputados y en un caso hasta de gobernador. Como nunca, la delincuencia metió las manos, según los intereses regionales que le amoldan y hasta donde la cobardía o la estupidez de los grupos políticos o sociales se los permitieron.
La lógica no miente. No se puede creer que siendo miembro “distinguido” (pues incluso se ostenta el cargo máximo en su aldea) de un determinado partido, se pierdan posiciones estratégicas, a menos que se sea muy bruto, muy miedoso o muy mañoso. No es sano (psicológica y socialmente hablando) dejar que los aconteci- mientos corran por los meandros de la masa del pueblo narrando una inobjetable incapacidad para dirigir.
A menos que el poder esté en manos de otra fuerza, no visible por ahora.
Como en todo el país, a río revuelto, ganancia de pescadores. Yo no me atrevería, hoy, a definir, quien ganó o quien perdió en las pasadas elecciones. Y aunque los puristas de las utopías sociales dirían que el que perdió es el pueblo, pues hasta allí fincaría mi duda, pues bien sabido es que los masoquistas, gozan en la desdicha, y me temo que México -entero- ha dejado de ser un país “surrealista” para convertirse en devotos del novelista Sacher Masoch.
Mi abuelo tapatío lo decía de otra manera: “El que por su gusto en buey, hasta la coyunda lame”.
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